viernes, 15 de marzo de 2013

Moretones

-Pégame más fuerte, cabrón.
 
Sobre las paredes azules descarapeladas el esclavo pedía a su amo ser azotado. El amo sudaba y bufaba como un perro mientras agitaba en el aire una cuerda; sentía el mismo placer que el esclavo sentía al ser golpeado. El amo se cansó. Necesitaba respirar.
 
-Ponte de pie, perro -ordenó.
 
El esclavo obedeció. Sumiso, clavó la mirada en en piso, y tomó sus manos y las puso detrás de sí.
 
-Desvistete...
 
La camisa de cuero cayó al piso.
 
-Hazlo despacio... Así no me gusta...
 
El esclavo se quitó la ropa como ordenó el amo. Su cuerpo desnudo se iluminaba un poco con la luz tenue del foco de lámpara; la luz marcaba sombras en su cara, impidiendo ver su expresión. El esclavo tembló de frío y de miedo; sabía lo que seguía: el amo le ordenaría que comenzara a actuar como un perro, pero como el perro es malcriado su amo le pegaría; "patadas y putazos para que el perrito aprenda a respetar a su amo". Después, el esclavo terminaría en el piso cansado; sin que él lo esperara, su dueño se acercaría a él, y lo penetraría a la fuerza. El amo se detendrían y preguntaría si sigue, el esclavo rogaría que se detenga; el amo ignoraría el ruego, y continuaría con más fuerza hasta que estuviera satisfecho por completo.
 
-Así es como me encantas, putito -dijo el amo entre dientes mientras le mordía la boca.
 
Al día siguiente, Omar despertó con el cuerpo adolorido. Se metió a bañar antes de ir a la oficina. Su piel blanca estaba manchada con moretones. Con la yema de sus dedos tocaba las heridas y los golpes; los tocaba con delicadeza; lo hacía sentirse menos solo; no quería que desaparecieran porque era su único recuerdo de su amo; era la única evidencia que alguien lo amaba.